jueves, 30 de octubre de 2008



Ya se había acostumbrado a no jugar con sus amigas. Mientras ellas se iban al parque con sus madres, ella se iba a la escuela de música. Sólo podía faltar algún día si tenía algún cumpleaños o era un fecha importante. Después entró en el conservatorio. Todos los profesores decían que era un prodigio de niña y con seis años ya tocaba obras de gran dificultad. Sus padres estaban encantados y destinaron todos sus ahorros a comprar un precioso piano de pared negro que ocupó el centro del salón. Cada vez que recibían una visita sentaban a la niña al piano a que tocara alguna sonata.
La niña fue creciendo y se hizo mayor. Pasaba los cursos del conservatorio de dos en dos, para envidia de sus compañeros más mayores, y era la estrella del centro.
Un día, la niña que ya no era una niña decidió que ya no volvería a abrir la tapa del piano. Decidió que a partir de ese momento se dedicaría a tener amigos, a ir a clases de baile, a salir por las tardes, a leer, a ver películas. El prodigio del conservatorio se iba pero nadie estaba dispuesto a permitírselo. Ella sabía que tocaba mejor que los profesores y mejor que todos los alumnos, sin embargo, ya no quería tocar más. Después del revuelo que se montó al principio en su casa y en el conservatorio, al final todos lo aceptaron y la niña prodigio del piano estuvo solamente un mes sin tocar este instrumento. Después se dio cuenta de que el piano era casi como una extensión más de propio su cuerpo y continuó tocando para siempre.

Romeo y Julieta

miércoles, 29 de octubre de 2008


Erase una vez en un circo ambulante una historia de amor imposible.
El 6 de abril de 1842 en dicho circo estaban de celebración porque Doña cigüeña había traído al mundo a dos hermosas criaturas: Romeo, hijo de trapecistas, y Julieta, hija de elefantes.
Pasaron los años y ambos crecieron sanos, guapos, fuertes y lo que era más importante: juntos y secretamente enamorados. Los dos eran felices pues aprendieron el oficio familiar que les permitía permanecer por toda una vida en el que les parecía el mejor lugar del mundo: el circo.
En él todo era alegría, magia, risas, en fin que os voy a contar que no sepáis…todo era felicidad. Siempre había algún niño al que sorprender, alguna niña a la que hacer reír y por si eso fuera poco, cuando tras función y función las fuerzas flojeaban, siempre había un payaso para arrancar sonrisas.
El circo contrató a un nuevo domador de elefantes. Un día este estaba entrenando a Julieta cuando Romeo llegó y se sentó a observar en las gradas.
-¿Quién es él?-preguntó el domador-.
-Mi novio Romeo- contestó orgullosa Julieta-.
-¡No digas tonterías!, los humanos y los animales no pueden ser novios.
Julieta se fue apenada a su camerino, durante varios días no comió ni salió de la cama. ¿Y si fuera verdad aquello que el domador le había contado? ¿Debería separarse de su trapecista Romeo?
Cuando ya no pudo más porque la pena le carcomía decidió hablar de aquello con el resto del circo.
-Julieta ¿qué es eso que nos cuentas? –Preguntaron todos al unísono-.
Y el gran león, el más sabio y antiguo de la gran familia que el circo formaba le explicó:
-Julieta, si Romeo y tú os amáis de verdad no habrá nada que os separe nunca, da igual lo que seáis. No imaginéis barreras que no existen. Además, esto es el circo, el lugar más mágico del mundo…lo que no sea posible aquí no lo será en ningún lugar.
De esta manera Julieta y Romeo vivieron juntos por siempre en su circo. Julieta se quedó embarazada y dio a luz en el mar. Porque como todo el mundo sabe, el agua es el mejor lugar para tener a un hijo. Y su padre el trapecista esperó paciente bajo el mar hasta que su hijo llegó flotando a su regazo.
Y ¿qué mejor lugar en el mundo para que viva un ser nacido de una elefanta y humano que en un circo? Todos felices y comiendo perdices.

martes, 28 de octubre de 2008


La única foto que tenía de su madre no le decía nada. Al principio tuvo dudas de que se tratara realmente de su madre. Eso fue hasta que encontró, junto con el álbum de fotos familiares, su joyero. Cuando vio la pulsera con la medalla la identificó inmediatamente con la de la foto. La abuela le había contado que la medalla se la regaló un antiguo novio y que al romperse la cadena, decidió engancharla en una pulserita de plata que se había encontrado hacía tiempo por la calle y que creía que le daba buena suerte. Sí, no había duda, la pulsera que encontró en el joyero y la de la foto eran la misma. No obstante, seguía sin conocer el lugar, la fecha y el autor de la fotografía. La abuela recordaba vagamente el vestido y no reconocía el paisaje de detrás de la foto. “Tuvo que hacérsela después de casarse”, le dijo a juzgar por el anillo que lucía en el dedo anular de la mano derecha.
La foto había sido tomada en verano o al final de la primavera, de eso estaba seguro, se notaba que hacía calor y los rayos del sol brillaban en su pelo dorado. Su madre tendría unos 20 o 25 años y él todavía no había nacido. Ella era entonces una joven despreocupada y feliz, sin imaginar todo lo que ocurriría después.
A él, lo que más le intrigaba de todo era la razón por la cual su madre ocultaba su rostro tras sus manos. Quizá no le gustaran las fotos o quizá quería mantenerlo con la intriga de conocerla toda la vida.

domingo, 26 de octubre de 2008


Sí, lo había hecho...no podía creer que fuera verdad pero esa imagen parpadeante en su retina no dejaba duda, lo había hecho.
Y ahora estaba allí, sentada. Se había duchado con rapidez, el pelo desgreñado intentando ocultar su bello rostro, tapó su tersa piel con la prenda más pulcra que encontró en el viejo armario: algo blanco.
Eran las ocho de la mañana, pero este país es extraño y ya anda despierto, pensó; así que compró un periódico y se sentó en aquel bar. Se escondió tras su corta y rubia melena, no sabía si estaba loca, pero sentía miradas que se clavaban en su nuca; incluso aquella anciana de su derecha parecía juzgarla con su mirada.
Abrió el diario por la página 25, sucesos. El nombre de ÉL impreso rebosaba grandeza, la aturdía. Él la había llevado a la locura, a la más pura y primitiva obsesión.
¡No!, la uña de su dedo índice estaba manchada de sangre, se llevo el dedo a la boca y se relamió de placer. Sí, lo había hecho...

jueves, 23 de octubre de 2008

Marina se levantó del asiento. Las naves industriales y los edificios que se veían a lo lejos indicaban que la ciudad estaba cerca. Se puso cuidadosamente su abrigo rojo, se apartó una greña que le caía sobre el ojo izquierdo, sujetó su bolso y agarró la maleta con fuerza. Estaba nerviosa.
Bajó del tren y lo buscó con la mirada.

Carlos se sentía ridículo con aquel ramo de flores en medio de la estación. Mientras esperaba le asaltaron las dudas, puede que fuera un error, una locura. Quiso correr, alejarse de todo pero las piernas le flojeaban. En realidad, ni siquiera la conocía: sólo frías llamadas de teléfono y tarjetas de felicitación por su cumpleaños.


Poco después la chica del abrigo rojo corría por la estación arrastrando su pesada maleta. El vestido negro, medias oscuras y zapatos de charol. En la mano una libretita de tapas moradas. Entonces lo vio. O puede que él la viera a ella primero. Lo cierto es que se fundieron en un apasionado beso, de esos de película y solo les faltó algo de música detrás, un bolero quizás.

Entren sin llamar

miércoles, 22 de octubre de 2008

Ladies and Gentlemans... ¡pasen y vean!
Porque sí, porque esto no es más que un lugar donde hacer una parada para dejar volar tu imaginación en un día cuadriculado.
Nosotras os proponemos lo siguiente: pasen y vean la fotografía elegida para el día en cuestión, imaginen que pasó en ese instante que esta capta, quienes son sus protagonistas, sus vidas, sus pensamientos en esa milésima de segundo...y después lean nuestra pequeña historia al respecto.
Sí, probablemente tú historia y la nuestra no tenga mucho que ver, es más, ambas se alejarán excesivamente de lo que en la instantánea ocurrió.
Pero, por favor, déjennos soñar e imaginar; la fotografía al igual que el arte deja esa puerta abierta y por supuesto nosotros no vamos a ser menos, vamos a pasar sin llamar y a imaginar...
Aunque sólo sea en el tiempo que dura un suspiro, queremos volver a ser niñas y leer esos cuentos de príncipes y princesas, esos relatos de hadas y duendes, esas historias fantásticas que dibujan una sonrisa en tu cara y endulzan tu día. Esperamos que tú también te apuntes y recorras con nosotras ese sendero de baldosas amarillas. Y ahora no te quedes en el umbral...1, 2,3... ¡Salta con nosotras!