jueves, 23 de octubre de 2008

Marina se levantó del asiento. Las naves industriales y los edificios que se veían a lo lejos indicaban que la ciudad estaba cerca. Se puso cuidadosamente su abrigo rojo, se apartó una greña que le caía sobre el ojo izquierdo, sujetó su bolso y agarró la maleta con fuerza. Estaba nerviosa.
Bajó del tren y lo buscó con la mirada.

Carlos se sentía ridículo con aquel ramo de flores en medio de la estación. Mientras esperaba le asaltaron las dudas, puede que fuera un error, una locura. Quiso correr, alejarse de todo pero las piernas le flojeaban. En realidad, ni siquiera la conocía: sólo frías llamadas de teléfono y tarjetas de felicitación por su cumpleaños.


Poco después la chica del abrigo rojo corría por la estación arrastrando su pesada maleta. El vestido negro, medias oscuras y zapatos de charol. En la mano una libretita de tapas moradas. Entonces lo vio. O puede que él la viera a ella primero. Lo cierto es que se fundieron en un apasionado beso, de esos de película y solo les faltó algo de música detrás, un bolero quizás.

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