martes, 28 de octubre de 2008


La única foto que tenía de su madre no le decía nada. Al principio tuvo dudas de que se tratara realmente de su madre. Eso fue hasta que encontró, junto con el álbum de fotos familiares, su joyero. Cuando vio la pulsera con la medalla la identificó inmediatamente con la de la foto. La abuela le había contado que la medalla se la regaló un antiguo novio y que al romperse la cadena, decidió engancharla en una pulserita de plata que se había encontrado hacía tiempo por la calle y que creía que le daba buena suerte. Sí, no había duda, la pulsera que encontró en el joyero y la de la foto eran la misma. No obstante, seguía sin conocer el lugar, la fecha y el autor de la fotografía. La abuela recordaba vagamente el vestido y no reconocía el paisaje de detrás de la foto. “Tuvo que hacérsela después de casarse”, le dijo a juzgar por el anillo que lucía en el dedo anular de la mano derecha.
La foto había sido tomada en verano o al final de la primavera, de eso estaba seguro, se notaba que hacía calor y los rayos del sol brillaban en su pelo dorado. Su madre tendría unos 20 o 25 años y él todavía no había nacido. Ella era entonces una joven despreocupada y feliz, sin imaginar todo lo que ocurriría después.
A él, lo que más le intrigaba de todo era la razón por la cual su madre ocultaba su rostro tras sus manos. Quizá no le gustaran las fotos o quizá quería mantenerlo con la intriga de conocerla toda la vida.

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