jueves, 30 de octubre de 2008



Ya se había acostumbrado a no jugar con sus amigas. Mientras ellas se iban al parque con sus madres, ella se iba a la escuela de música. Sólo podía faltar algún día si tenía algún cumpleaños o era un fecha importante. Después entró en el conservatorio. Todos los profesores decían que era un prodigio de niña y con seis años ya tocaba obras de gran dificultad. Sus padres estaban encantados y destinaron todos sus ahorros a comprar un precioso piano de pared negro que ocupó el centro del salón. Cada vez que recibían una visita sentaban a la niña al piano a que tocara alguna sonata.
La niña fue creciendo y se hizo mayor. Pasaba los cursos del conservatorio de dos en dos, para envidia de sus compañeros más mayores, y era la estrella del centro.
Un día, la niña que ya no era una niña decidió que ya no volvería a abrir la tapa del piano. Decidió que a partir de ese momento se dedicaría a tener amigos, a ir a clases de baile, a salir por las tardes, a leer, a ver películas. El prodigio del conservatorio se iba pero nadie estaba dispuesto a permitírselo. Ella sabía que tocaba mejor que los profesores y mejor que todos los alumnos, sin embargo, ya no quería tocar más. Después del revuelo que se montó al principio en su casa y en el conservatorio, al final todos lo aceptaron y la niña prodigio del piano estuvo solamente un mes sin tocar este instrumento. Después se dio cuenta de que el piano era casi como una extensión más de propio su cuerpo y continuó tocando para siempre.

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