jueves, 27 de noviembre de 2008



La madre le puso el vestido de los domingos. Era a rayas estrechas azules y blancas. Le quedaba algo pequeño y estaba remendado con algunas costuras. Los zapatos de charol eran prestados y aunque eran dos números más de lo que necesitaba, apenas se apreciaba. El pelo peinado con colonia y los rizos dorados recogidos con un lazito azul. Le puso los pendientes de la abuela, los que se ponía en ocasiones especiales y la apretó muy fuerte contra su pecho.
El padre, algo desmejorado por los años y la guerra, tenía la mirada triste. La camisa raída, que años atrás apenas podía abrochar algunos de sus botones, le quedaba grande sobre su pequeño cuerpo. La delgadez de la falta de comida, del hambre, era evidente. En cambio la niña parecía sana a pesar de las necesidades con los mofletes rosados y los ojos llenos de vida.
Cuando llegaron a la estación el padre la abrazó fuerte y la madre no pudo reprimir sus lágrimas.
Arrastrando una pequeña maleta con cuatro prendas y un tesoro en forma de libro, la niña montó en uno de esos vagones de madera y la locomotora de vapor comenzó a echar humo. Poco después comenzó a andar y la mano de la niña, que saludaba desde la ventanilla, se perdió en las brumas de la mañana madrileña para no volver más.
La madre y el padre se fundieron en un abrazo en aquella fría estación sabiendo cual era el destino de su niña y conociendo también cual sería el suyo.

Charquito...

martes, 25 de noviembre de 2008


Suena el despertador. No lo podía creer, ¡si parecía que se había acostado hacía media hora! Hoy el traje de falda y chaqueta gris, camisa blanca; pero primero iría a la cocina, ya había aprendido y no quería tener que volverse a cambiar antes de salir por la puerta.
Su desayuno, el de su hijo, el de su marido. Su tupperware, el de su hijo, el de su marido. Volvió a subir las escaleras de la casa de la manera más silenciosa que pudo. Le preparó la ropa a su hijo, pero aún era temprano para despertarle, no quería que le molestara todavía. Le preparó la ropa a su marido, ¡qué suerte que tenía él!, aún le quedaban un par de horas de sueño.
Encendió su PDA, ¡MIERDA!, había olvidado que hoy era la reunión con los inversores… y aún no tenía el informe preparado. Hoy sería un día duro…muy duro. No sabía cómo pero de repente se habían hecho las ocho. Despertó a su hijo, lo visitó y sin darle tiempo a que se terminara de despertar, aún con las lagañas en los ojos salieron por la puerta.
Ella con su maletín, él con su pequeña mochila colgada de su minúscula espalda. Sin cesar de mirar el reloj decidió que el metro no sería una buena opción y se embarcó en la aventura de conseguir un taxi en Nueva York a las ocho de la mañana.
Tras miles de gritos de ¡TAXI! Mientras su hijo le tiraba de la falda y ella temía que se la pudieses arrugar, un taxista se compadeció de ella (una mujer desesperada con su hijo en medio de la calle mientras la lluvia caías sobre ellos). Creyó escuchar al taxista hablar sobre el tiempo ¿lluvia?, ni siquiera se había percatado de ello.
Dejó a su hijo en el colegio y volvió al taxi. Le indicó la dirección, temía no llegar a tiempo y se estaba poniendo muy nerviosa. No sabía a dónde mirar que no fuera el reloj, se asomó por la ventanilla del coche cuando circulaban por Times Square y vio una imagen que le conmovió: su ciudad, el Empire State Building reflejado en un charco.
Pidió al taxista que la bajara. ¿Cuánto hacía que no disfrutaba de su ciudad? Era muy hermosa y no quería verla siempre reflejada en charcos borrosos por la velocidad, por la velocidad que había tomado su vida. Legó caminando a su trabajo, dejando que el sol se colara entre edificio y edificio y la iluminara mientras se reflejaba en todos los cristales de la ciudad. Reflejos de felicidad.

Tell me more



Dicen los que los conocían que se querían de verdad. Que no fue un amor de verano, que había algo más.
Otros, los más envidiosos, creían que todo era falso. Sólo una mentira.
Lo que es cierto es que la chica de pelo rubio y falda vaporosa conoció al chico de tupé y cazadora de cuero en una solitaria playa un inolvidable verano de los años cincuenta.
Desde entonces todo el mundo ha sido partícipe de su historia de amor. Unos la siguieron casi en directo. La mayoría se quedaron enganchados una tarde de domingo o de sábado. Otros la han sacado de alguna videoteca y los más modernos se la han bajado de algún programa de internet.
Todos han bailado las canciones en algún momento de su vida. Muchos se saben las coreografías de memoria y algunos se sorprenden de vez en cuando tarareando las melodías sin saber muy bien porqué.
La niña buena que un día se vistió de negro y perdió su inocencia cautivó a medio mundo y el chulo de instituto que se enamoró de la niña buena ganó en dulzura y ternura para conquistar al público.
Danny y Sandy se convirtieron en una pareja de moda a finales de los setenta y hoy, cuando se cumplen treinta años del estreno de una de las películas más famosas de todos los tiempos, son simplemente un clásico.

El y su piano

martes, 18 de noviembre de 2008

Allí estaba él, con las entrañas de su amado piano en las manos buscando respuestas a su soledad, a su desolación. Años atrás todo había sido tan diferente…sus dedos, aunque faltos de experiencia, eran ágiles y finos. Ahora, sin embargo, estaban arrugados y con mil melodías que tocar para nadie.
Recordaba cuando se peinaba la cabeza y no la barba. Cuando su entrañable bigote sólo eran cuatro pelos. Cuando veía con sus azules y vivos ojos a aquellas muchachas reflejadas en la ventana, chiquillas que acudían a escucharle tocar y a fantasear deseando que aquellas habilidosas manos no sólo tocaran el piano.
Hacía algunos años que había comenzado a fumar en pipa, no por tener un aire más señorial como algunos pensaban, si no para cubrir con el humo el reflejo de la ventana vacío de risas y de juventud, vacío de todo.
Hoy mientras tocaba se percató de que otra melodía le acompañaba, era la lluvia golpeando en su ventana. Hacía semanas que no escuchaba ningún sonido que no surgiera de su piano. ¿Hace cuánto que no escuchaba la voz de otra persona? ¿Hace cuánto que no escuchaba la suya?
Estaba sólo, muy sólo. Su cara apenada: una mueca inexpresiva junto a unos ojos tristones se sumaban a los pliegues de su frente. Solo él y su piano. Aquel instrumento que a tanta gente había traído a su alrededor, le había traicionado, había atrapado su alma, tanto que había conseguido que se quedaran solos, el uno con el otro.Decidió abrir la tapa del piano, quizá para ver si la magia que este guarda y que atraía a gente se había esfumado, quizá para encontrar su alma enredada en las entrañas del instrumento y poder liberarla.



Marilyn mira a la cámara fijamente. La cámara la quiere y a ella eso le gusta. El pelo rubio, los ojos oscuros y un irresistible lunar en la mejilla izquierda de su cara. Además de un cuerpo formado con curvas voluptuosas que terminan en un conjunto de rizos rubios. Así es Marilyn. Sexy, dulce, atractiva, capaz de seducir al mismísimo Kennedy.
Todo en Marilyn es sensual, ella es la mismísima sensualidad en persona.
No pasa desapercibida aunque no vaya arreglada, aunque no lleve maquillaje ni tacón.
Pero hay algo en esta fotografía que llama la atención especialmente. No son las rosas con las que intenta tapar sus pechos, ni la boca entreabierta como si estuviera esperando un beso, ni tal vez si quiera su mirada penetrante. Su vientre liso y firme está surcado por una horrible cicatriz. Al principio puede pasar desapercibida, no te das cuenta asombrado por su rostro y las flores que estruja contra su cuerpo. Pero cuando posas tu mirada en esa imperfección, aunque sea la única que tenga la bella Marilyn, ya no puedes dejar de mirarla y empezar a divagar. Te preguntas de qué será la cicatriz, quién habrá sido el manazas de médico capaz de hacerle una cosa así, si la tendrá mucho tiempo, si es causa de una enfermedad, una operación estética,...
La misteriosa Marilyn guarda con celo sus secretos más preciados mientras aprieta el teléfono entre sus manos.
Marilyn Monroe, que nunca logra dormir, continúa cautivando a la cámara a pesar de la cicatriz.

PRÍNCIPE CARLOS

lunes, 17 de noviembre de 2008


Se pasaba el día de aquí para allá. Todo era extremadamente protocolario a su alrededor, aunque él ni siquiera sabía que significado tenía esa palabra, sabía que no era como los demás niños, él no.
Nadie excepto su madre le llamaba Carlos. Todo el mundo se dirigía a él como señorito o príncipe. A su edad no entendía muy bien que conllevaban esos títulos. Es más, el único príncipe que conocía era “El principito” de Antoine de Saint. Porque eso sí, no le dejaban ni un solo segundo para jugar con barro o a los cochecitos, se pasaba el día de un estancia a otra, de un profesor particular a otro.
Aunque ni su madre ni su padre pasaban mucho rato con él, cuando coincidían siempre le preguntaban que había aprendido y que libros se estaba leyendo. “Para ser un buen príncipe debes cultivar la mente”. Jamás entendió muy bien esa frase, ¿cultivar la mente?-se preguntaba-. Se pueden cultivar plantas, hortalizas, árboles, pero ¿quién podía pretender que con cuatro años metiera semillas en su cabeza?
Él sólo pensaba en jugar como los demás niños, sin embargo a lo más que aspiraba era a jugar con la hija de alguna amiga de su madre, o con la hija de alguien del servicio. Sólo conocía a niñas y estas siempre querían jugar con él. Como todo el mundo sabe, a las niñas les encanta ser princesitas y con él podían serlo, era para lo único que le servía su título -pensaba él-.
Amaneció uno de esos días en los que odiaba que le llamaran “Príncipe Carlos”, odiaba las semillas que tenía que meter en su cabeza, odiaba jugar sólo a papás y a mamás, odiaba no poder ver a su madre, odiaba esa ropa tan incómoda con la que debía vestirse…uno de esos días en los que odiaba su vida. Pero de repente su madre cruzó el umbral de la puerta-muy elegante, como siempre-, le aupó en brazos hasta que él pudo alcanzar el poyete de la ventana.
Fue entonces cuando lo vio, reluciente, magnífico. Nunca había visto nada igual. Su cara se iluminó y una sonrisa le nació, lo mismo le ocurrió a su madre Isabel al ver la reacción de su hijo. Fue entonces cuando Carlos comprendió qué era ser príncipe, sin duda alguna debía ser aquello.

jueves, 13 de noviembre de 2008



Antes el cielo siempre era negro, oscuro. Sólo de vez en cuando se veía alguna estrella o aparecía la luna. Cuando la luna estaba llena su halo de luz se podía ver por toda la ciudad e iluminaba todas las calles. Sin embargo, si la luna era menguante la ciudad se sumergía en una oscuridad casi melancólica. Esta tranquila oscuridad sólo se veía rota en las noches de verano cuando una estrella fugaz surcaba el negro cielo sorprendiendo a todos los ilusos que la observaban desde abajo.
Antes las noches eran así, eso le había contado su abuelo. Ahora ya no pasa eso. Ahora durante las noches hay más luz que en los días de lluvia. Ahora los adolescentes enamorados ya no encuentran un rinconcito oscuro para dar rienda suelta a su amor. Ahora los ladrones no disponen de aliada a la negra noche. Ahora todo es diferente.
Sobretodo es diferente cuando llega la navidad y las calles se cubren de papa noeles luminosos, de estrellas fugaces que no ya no son tales y se pasan brillando toda la noche, de árboles de colores, de campanas y de portales de Belén.
Hay veces que esta afición por la iluminación navideña lleva a tal extremo que no sabemos distinguir el día de la noche ya que millones de las más modernas lucecitas brillan durante más de un mes desafiando a eso que algunos llaman cambio climático y que los políticos parecen desconocer por completo.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

De repente y sin saber cómo había llegado allí, se encontraba en la calle, en medio de una ciudad que le era desconocida.
Corría el año 1941 en la vieja Alemania cuando a altas horas de la madrugada, en medio de la oscuridad de la noche, se podía divisar una luz encendida. Si forzabas la vista podías ver tras las cristaleras de aquel hogar gente agitada que aparecía y desaparecía tras las cortinas. De repente la escena se congeló y una chica joven,- quizá unos 24- se paró y se enzarzó en lo que parecía una discusión con sus progenitores. El ambiente se calentó tanto que los cristales parecieron tambalearse ante la tentativa de saltar en mil pedazos a la fría calle.
Un portazo. La joven en camisón blanco corría giraba esquinas dejando atrás sus lágrimas. No sabía como pero había conseguido burlar el toque de queda y a los militares que deambulaban de un lado a otro de la ciudad.
Lo que había vivido hasta cumplir los 22 quedaba muy atrás, después todo se había convertido en una pesadilla. Aún así no contemplaba la idea de abandonar su país, el que la había visto crecer, en la que había forjado amistades, en el que se había enamorado...el país del que estaba enamorada.
Toda la ropa que su madre había guardado en la maleta había quedado esparcida por el suelo, se negaba a salir con ella del país, era joven e idealista...aún guardaba esperanzas de que las cosas cambiaran.
Ahora echaba de menos aquella ropa, a orillas del Rhin corría una brisa que erizaba la piel y la hacía estremecerse. ¿Ose estremecía por los pensamientos que ahora rondaban su mente? No quería seguir pensando, quería despertar de aquello y que todo quedara en un sueño.
Mientras caía sintió como su cuerpo se hacía más ligero dejando atrás los recuerdos de esos últimos dos años. Por fin tocó el agua y sintió una paz enorme cuando el agua se filtró en sus oídos y dejó de ir estruendos de bombas, disparos y sirenas.
Mantuvo la respiración y se dejó llevar por la corriente hasta que entro en un profundo sueño que le permitió adormecer a la Alemania de Hitler y despertar en la Alemania de su niñez.



Mirar detrás de la lente y dejarte llevar. Observar a los demás sin ser observado. Introducirte en la vida ajena sin despertar sospechas. Explorar el mundo de los otros, el propio mundo. Disfrutar del anonimato. Camuflarte detrás de la cámara. Ver sin ser visto.
Llevarte un recuerdo en forma de papel. Recordar siempre que quieras aquel lugar donde bailasteis por primera vez. Poder ver las veces que quieras aquella primera sonrisa o aquel primer beso. Grabar en la memoria digital el momento más importante de tu vida o simplemente un momento más.
Risas, besos, caricias, monumentos, paisajes, comidas, sueños, amistad, amor, cariño, Roma, tren, viajes, alcohol, tristeza, alegría. Poder guardar todos los sentimientos en un trozo de papel y rescatarlos cuando la memoria te falle. Guardar todos los rostros queridos pera recordarlos cuando ya no existan. Tener la prueba de que estuviste allí, de que vistes aquello.
Saber que el trozo de papel resistirá al tiempo guardado en un cajón de un viejo mueble y que tal vez algún día alguien lo encuentre y te recuerde también a ti. Saber que el paso de los años, la falta de memoria y la falta de los otros no serán obstáculo para que recuerdes y seas recordado.
La emoción de capturar una imagen, la tensión al revelarla, el olvido al guardarla.
Esto en la fotografía, quien lo probó lo sabe.

De negro y col0r

lunes, 10 de noviembre de 2008


Y por fin salía al exterior. ¿Qué era aquello que sentía en su rostro? Algo desconocido le acariciaba la cara y retiraba de ella su pelo. Aire...aires de libertad.

Se inclinó un poco hacia el cielo...llevaba años sin verlo y aunque los rayos del sol le cegaban por completo no pudo evitar emocionarse ante aquella variedad de colores. Su boca se entreabrió y no puedo dejar escapar un suspiro de alivio mientras una lágrima afloraba. Gracias a dios llevaba sus gafas de sol que ocultaban esa lágrima, las lágrimas siempre la habían avergonzado. Ella era y debía de ser fuerte.

Sin embargo se sentía débil, ella ya no irradiaba luz como en antaño. Ahora mismo sólo era la suma de errores, era la consecuencia de un pasado. Se sentía en blanco y negro.

Se reprochó por haber tenido estos últimos pensamientos, así que miró al frente decidida y se dijo que por fin podría disfrutar de aquella anhelada libertad que tanto había deseado y perseguido.

Sí, lo tenía claro...ya no habría más negro y gris en su vida, su futuro era de colores.

Y esperó...


5, 10, 15,20 minutos...1,2,3,4,5 horas. Había perdido la noción del tiempo que llevaba esperándole a él. ¿Cuántas horas podía pasar una persona con la mirada perdida, sin ni siquiera saber quién era?
Pues allí estaba ella absorta en sus pensamientos, preguntándose por qué mientras observaba su cama. Aquella cama en la que tantas veces se había entregado al amor, en la que tantas veces había susurrado un te quiero a oídos de su amante, su amigo, su pareja...
Ella, tachada de mujer liberal, independiente y moderna por sus conocidos, jamás había pensando en casarse. Estaba bien como estaba se decía, no le faltaba nada y no creía que en este mundo existiera nada eterno, por lo tanto no había por qué atarse a nada. Pero entonces entro él en su vida y le convenció de lo contrario, le prometió el sol y las estrellas.
¿Cómo pudo dejarse llevar por aquello que llamaban amor? El amor no es racional...y ella necesitaba serlo. Se culpaba una y otra vez de haber hecho caso a aquella frase "hay razones que la razón no entiende" y haber aceptado un compromiso de por vida...y ahora allí estaba, sentada ante una cama.

martes, 4 de noviembre de 2008



La Torre Eiffel recorta la silueta de la vieja ciudad y el Sena bordea la isla. De un lado Notre Damme, del otro el Louvre. Atrás quedan los pintores de boina, los jardines, los libreros, las tiendas, las terrazas, los restaurantes. Intelectuales, universitarios, músicos, turistas. Todos se dan cita en la bella ciudad para observar de cerca sus encantos.
París recibe altiva a sus visitantes que saben que podrán disfrutar por poco tiempo de su belleza. Algunos, los más osados, se enamoraron de ella pero los acabó abandonando. Otros se limitaron a observar y a llevarse un recuerdo en forma de fotografía.
La ciudad del amor, de la cultura, del diseño, de la moda. La ciudad encierra un secreto que pocos conocen.
Ellos, ajenos a todo, continúan besándose en una de las orillas del río como si fueran adolescentes, a pesar de las miradas atónitas de curiosos y turistas.