Lagrimas de cocodrilo

martes, 6 de enero de 2009



¿Quién no ha visto a un niño llorando? ¿Quién no ha sido ese niño llorando? Ver llorar a un niño es algo normal, cotidiano. Simplemente con salir a la calle podemos ver a niños llorando, sobre todo en las puertas de los colegios y las guarderías. Porque quieren ir al parque, porque quieren alguna golosina, porque se han peleado en el recreo, porque tienen hambre, porque tienen sueño. Los niños lloran para conseguir lo que quieren, sin más. Y hasta que crecen un poco les da muy buenos resultados.
La fotógrafa Jill Greenberg pensó en la belleza de ver llorar a un niño e hizo hace algunos años una sesión de fotografías a varios niños y niñas a los que les quitaba un caramelo para que lloraran y entonces capturar la instantánea.
Ver a esta niña de pelo rubio algo alborotado y ojos azul verdoso derramar una lagrimita puede despertar nuestra ternura y vemos efectivamente que la foto es bella. Sin embargo, si pensamos detenidamente que sus padres le quitaron el caramelo concienciadamente para ganar algún dinero con el sufrimiento de su hija, podemos llegar a la conclusión de que son algo cínicos.
Observar toda la serie de fotografías de Greenberg y ver llorar a tantos niños y niñas despierta sensaciones contradictorias: del agrado al rechazo, de la ternura a la pena. No obstante, comerciar con el sufrimiento y con las lágrimas de estos niños deja la ética y lo razonable fuera de lugar.

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