Sombrero y lápiz

lunes, 12 de enero de 2009



Rondaban los años 30 y recién salido de la facultad se dirigía a su primer trabajo.
Su madre le había regalado un sombrero de ala ancha. Por poco que supiera la mujer sobre la profesión de su hijo, no le cabía duda que cualquier buen periodista (al igual que un buen detective) debía de llevar un sombrero que le otorgara notoriedad.
Con paso firme, libreta y lápiz en mano se sentía importante. Agradecía el sombrero, temía que si no estuviera, toda la cantidad de información e ideas que su joven mente fabricaba, fuera derramada y olvidada en las aceras.
Ilusión, iniciativa, ganas de cambiar el mundo...sí, todo eso había quedado ya atrás, en esos primeros días de periodista, en esos años 30. De aquella época sólo conservaba su primer lápiz y su sombrero de ala ancha.
Incluso se podría decir que a esas alturas sólo le quedaba de su profesión aquel sombrero por el que todos le reconocían. Estaba cansado...no lo dudó, se quitó su sombrero y lo lanzó al suelo. Dejo que todos sus ideales e ilusiones murieran, se desangró de ellas, todas rodaron por el pavimento agonizantes. No, ya no le quedaba nada de periodista...ni tan siquiera las fuerzas.

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