miércoles, 14 de enero de 2009



Quien pudiera ahora estar allí. Olvidarse por unos días de los exámenes, de los trabajos, del estrés y del agobio y poder viajar hasta esa casita en medio del mar, en medio del cielo, en medio del horizonte, en medio de la nada.
Quien pudiera sentarse a contemplar el cielo, bañarse en las aguas cristalinas de la playa, tomar el sol.
Quien pudiera pasear por la orilla de la playa y sentir la brisa fresca en la cara mientras las olas, suaves y juguetonas, mojan tus pies.
Quien pudiera hacer el amor allí, lentamente, mientras el sol se esconde y la suave arena roza tu piel.
Quien pudiera contemplar el atardecer cada día, observar la belleza del cielo antes de dar paso a la oscura noche.
Quien pudiera contemplar también el amanecer, el amanecer después de una larga noche de fiesta o madrugando para un día de playa o de montaña.
Quien pudiera olvidarse de todo y descansar sin pensar en nada. Soñar con el futuro y acordarse del pasado en una isla desierta en medio del Atlántico.
Quien pudiera escapar de la agobiante ciudad que nos absorbe por momentos, no pensar en el tráfico por al mañana, ni en el autobús que perdimos, ni en la compra, ni en la comida, ni en el trabajo, ni en un examen.
Quien pudiera estar ahora allí.

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