PRÍNCIPE CARLOS

lunes, 17 de noviembre de 2008


Se pasaba el día de aquí para allá. Todo era extremadamente protocolario a su alrededor, aunque él ni siquiera sabía que significado tenía esa palabra, sabía que no era como los demás niños, él no.
Nadie excepto su madre le llamaba Carlos. Todo el mundo se dirigía a él como señorito o príncipe. A su edad no entendía muy bien que conllevaban esos títulos. Es más, el único príncipe que conocía era “El principito” de Antoine de Saint. Porque eso sí, no le dejaban ni un solo segundo para jugar con barro o a los cochecitos, se pasaba el día de un estancia a otra, de un profesor particular a otro.
Aunque ni su madre ni su padre pasaban mucho rato con él, cuando coincidían siempre le preguntaban que había aprendido y que libros se estaba leyendo. “Para ser un buen príncipe debes cultivar la mente”. Jamás entendió muy bien esa frase, ¿cultivar la mente?-se preguntaba-. Se pueden cultivar plantas, hortalizas, árboles, pero ¿quién podía pretender que con cuatro años metiera semillas en su cabeza?
Él sólo pensaba en jugar como los demás niños, sin embargo a lo más que aspiraba era a jugar con la hija de alguna amiga de su madre, o con la hija de alguien del servicio. Sólo conocía a niñas y estas siempre querían jugar con él. Como todo el mundo sabe, a las niñas les encanta ser princesitas y con él podían serlo, era para lo único que le servía su título -pensaba él-.
Amaneció uno de esos días en los que odiaba que le llamaran “Príncipe Carlos”, odiaba las semillas que tenía que meter en su cabeza, odiaba jugar sólo a papás y a mamás, odiaba no poder ver a su madre, odiaba esa ropa tan incómoda con la que debía vestirse…uno de esos días en los que odiaba su vida. Pero de repente su madre cruzó el umbral de la puerta-muy elegante, como siempre-, le aupó en brazos hasta que él pudo alcanzar el poyete de la ventana.
Fue entonces cuando lo vio, reluciente, magnífico. Nunca había visto nada igual. Su cara se iluminó y una sonrisa le nació, lo mismo le ocurrió a su madre Isabel al ver la reacción de su hijo. Fue entonces cuando Carlos comprendió qué era ser príncipe, sin duda alguna debía ser aquello.

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