Charquito...

martes, 25 de noviembre de 2008


Suena el despertador. No lo podía creer, ¡si parecía que se había acostado hacía media hora! Hoy el traje de falda y chaqueta gris, camisa blanca; pero primero iría a la cocina, ya había aprendido y no quería tener que volverse a cambiar antes de salir por la puerta.
Su desayuno, el de su hijo, el de su marido. Su tupperware, el de su hijo, el de su marido. Volvió a subir las escaleras de la casa de la manera más silenciosa que pudo. Le preparó la ropa a su hijo, pero aún era temprano para despertarle, no quería que le molestara todavía. Le preparó la ropa a su marido, ¡qué suerte que tenía él!, aún le quedaban un par de horas de sueño.
Encendió su PDA, ¡MIERDA!, había olvidado que hoy era la reunión con los inversores… y aún no tenía el informe preparado. Hoy sería un día duro…muy duro. No sabía cómo pero de repente se habían hecho las ocho. Despertó a su hijo, lo visitó y sin darle tiempo a que se terminara de despertar, aún con las lagañas en los ojos salieron por la puerta.
Ella con su maletín, él con su pequeña mochila colgada de su minúscula espalda. Sin cesar de mirar el reloj decidió que el metro no sería una buena opción y se embarcó en la aventura de conseguir un taxi en Nueva York a las ocho de la mañana.
Tras miles de gritos de ¡TAXI! Mientras su hijo le tiraba de la falda y ella temía que se la pudieses arrugar, un taxista se compadeció de ella (una mujer desesperada con su hijo en medio de la calle mientras la lluvia caías sobre ellos). Creyó escuchar al taxista hablar sobre el tiempo ¿lluvia?, ni siquiera se había percatado de ello.
Dejó a su hijo en el colegio y volvió al taxi. Le indicó la dirección, temía no llegar a tiempo y se estaba poniendo muy nerviosa. No sabía a dónde mirar que no fuera el reloj, se asomó por la ventanilla del coche cuando circulaban por Times Square y vio una imagen que le conmovió: su ciudad, el Empire State Building reflejado en un charco.
Pidió al taxista que la bajara. ¿Cuánto hacía que no disfrutaba de su ciudad? Era muy hermosa y no quería verla siempre reflejada en charcos borrosos por la velocidad, por la velocidad que había tomado su vida. Legó caminando a su trabajo, dejando que el sol se colara entre edificio y edificio y la iluminara mientras se reflejaba en todos los cristales de la ciudad. Reflejos de felicidad.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante iniciativa la vuestra :D Saludos