jueves, 13 de noviembre de 2008



Antes el cielo siempre era negro, oscuro. Sólo de vez en cuando se veía alguna estrella o aparecía la luna. Cuando la luna estaba llena su halo de luz se podía ver por toda la ciudad e iluminaba todas las calles. Sin embargo, si la luna era menguante la ciudad se sumergía en una oscuridad casi melancólica. Esta tranquila oscuridad sólo se veía rota en las noches de verano cuando una estrella fugaz surcaba el negro cielo sorprendiendo a todos los ilusos que la observaban desde abajo.
Antes las noches eran así, eso le había contado su abuelo. Ahora ya no pasa eso. Ahora durante las noches hay más luz que en los días de lluvia. Ahora los adolescentes enamorados ya no encuentran un rinconcito oscuro para dar rienda suelta a su amor. Ahora los ladrones no disponen de aliada a la negra noche. Ahora todo es diferente.
Sobretodo es diferente cuando llega la navidad y las calles se cubren de papa noeles luminosos, de estrellas fugaces que no ya no son tales y se pasan brillando toda la noche, de árboles de colores, de campanas y de portales de Belén.
Hay veces que esta afición por la iluminación navideña lleva a tal extremo que no sabemos distinguir el día de la noche ya que millones de las más modernas lucecitas brillan durante más de un mes desafiando a eso que algunos llaman cambio climático y que los políticos parecen desconocer por completo.

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