Besos

miércoles, 3 de diciembre de 2008



Hacía tiempo que se conocían pero ella nunca lo había pensado. Él, de vez en cuando si que lo pensaba, pero enseguida le asaltaba un sentimiento de culpa terrible. A veces la espiaba cuando leía alguna obra clásica recostada en el chaise longe de la biblioteca o cuando en el desayuno se quedaba embobada mirando la taza de café. La conocía desde hacía tantos años que la había visto crecer poco a poco. Al principio no se había fijado en ella y la recordaba paseando en bicicleta por los jardines de la casa de verano o aprendiendo a nadar con un flotador en la piscina.
Sin embargo, un año todo cambió para siempre cuando la niña cambió su bici por una moto roja y se soltó las dos coletas para descubrir una larga melena dorada. Desde ese momento él se había sentido atraído por ella, por la niña pequeña de la casa, aún sabiendo que era un amor imposible.
A ella le caía bien, lo veía de vez en cuando por casa, recogiendo a su hermana o cenando. Sus padres lo adoraban y le recomendaban que cuando fuese mayor tuviera un novio como el de su hermana. Siempre educado, siempre simpático, sabiendo decir la palabra justa en el momento justo. Así era él. A ella en cambio le gustaba el riesgo y los chicos mayores, por eso él no quería que ella descubriera su secreto.
Un día de verano que hacía mucho calor se puso a llover con fuerza. “Una tormenta de verano”, sentenció su madre y ella salió al jardín a disfrutar de la sensación de la lluvia cayendo sobre su cuerpo.
Él salió detrás de ella sabiendo lo que iba a pasar, pero sin importarle nada más. Entonces, en un lugar del jardín algo apartado de la casa, se fundieron en un apasionado beso. Algunos, los que lo vieron, aseguraron que era un beso de película.

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