París

jueves, 11 de diciembre de 2008



Cuando llegó la despedida ella lo miró despacio, sabiendo que iba a ser la última vez. Quiso observarlo detenidamente para poder recordar sus facciones cuando estuviera lejos y le tocó suavemente las mejillas, bajando los dedos hasta posarlos sobre sus labios. Era mejor así, que no pronunciara ninguna palabra que no dijera que había llegado el momento de separarse.
Él la miró dulcemente. Ella le sonrió levemente y le apartó los ojos de la vista.
Después de tanto tiempo juntos, después de tantas noches y tantas mañanas, después de las risas, los sueños, las caricias, los besos, las canciones y los abrazos, era la hora de separase, de emprender caminos diferentes, de alejarse de lo anterior y comenzar una nueva vida solos, separado el uno del otro.
Entonces sólo les quedarían los recuerdos. Ella siempre recordará el primer beso y él la primera vez que ella le sonrió. Ambos recordarán aquella canción con la que bailaron una vez en una antigua sala de baile. También se acordarán de los paseos por el parque cogidos de la mano, de las sonrisas confidentes, de aquella primera película que vieron juntos, de la primera vez entre ambos, de un libro que ella le prestó a él, de un regalo, de un dulce.
Es posible que después de esta despedida, después de que él se gire y avance definitivamente para no volver, es posible que entonces sólo les queden los recuerdos, pero también es posible que todavía les quede París.

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