VIEJAS ZAPATILLAS

miércoles, 3 de diciembre de 2008


Era viernes. Pero para él como si hubiera sido un triste domingo o un cansado y fatigoso lunes. Nada le importaba, los días transcurrían idénticos uno tras otro.
En aquella ciudad no tenía amigos, familia…ni tan sólo un triste conocido o un socorrido compañero. Con propósito de labrarse una prometedora carrera, un brillante currículum se había mudado a aquella ciudad. Se había conformado con un pequeño estudio en uno de los barrios marginales, era todo lo que se podía pagar. Había conseguido un trabajo para poder comer y no verse obligado a alimentarse de sus libros tan solo.
Por las mañanas caminaba hasta aquella antigua fábrica, que probablemente llevaba en pie desde los comienzos de la revolución industrial. Nadie allí lo conocía, nadie allí le dirigía una mirada, nadie allí le ofrecía una sonrisa amigable. Trabajaba a destajo por cuatro duros, a la hora de comer fichaba, recogía sus pertenencias, montaba en la vieja Orbea que había conseguido y pedaleaba hasta la Sorbona. Allí le esperan horas y horas de escucha, de libros, de letras…le encantaba aquello pero a veces el cansancio podía con él y divagaba horas y horas, recordaba su vida en España, a sus padres, su hermano, a ella…de repente despertaba y se dirigía de nuevo a su cuchitril.
Esa noche no pudo cumplir su ya habitual rutina. Al salir de clase no encontró su bicicleta, atada a la farola sólo quedaba una triste rueda que no se tenía en pie por ella misma. No lo podía creer, nada más le podía pasar…Decidió dejar allí la rueda, quizá el lunes la encontrara como la había dejado antes de entrar a aquel edificio. Se rió al pensarlo.
Durante todo el camino fijo sus ojos en el suelo, su cabeza cabizbaja y su cartera de cuero que marcaba su ritmo al golpearle en la pierna. Prestó atención a sus zapatillas, habían hecho los mismos quilómetros que él y por ello estaban sucias y desgastadas…al igual que él. De repente y de manera instintiva, como si algo se apoderada de él, levantó la vista. Siempre le ocurría esto al pasar por la vieja estación a la que había llegado ya hacía 9 meses, al pasar la estación volvió a adquirir la posición de cabeza gacha y mirada perdida y de nuevo instintivamente levantó la cabeza.
Allí estaba ella, lloró al verla, la cogió en brazos y no hicieron falta palabras. La llevó a su casa, le quitó la ropa y la tumbó en la cama mientras él se quitaba sus viejas zapatillas y las lanzó por la ventana. Ya nada en el hablaría de cansancio y tristeza, volvían sus ganas de vivir.

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