Era uno de esos atardeceres mágicos. Un atardecer que sólo se podía vivir en ese lugar, en ese momento. Desde ese barco lleno de turistas afanados, con sus cámaras digitales de última generación, a captar ese instante único, ese cruce de luces, esa tensión entre el paso del día a la noche. Ese momento en el que el sol se esconde lentamente en el horizonte dejando entrar tímidamente a la luna y a la oscuridad de la noche. Un instante imposible de captar en una fotografía con una cámara, un instante que quedará marcado para siempre en la cabeza, en la memoria de aquel viaje, de aquel verano, de aquellos días, de aquellas personas del barco, de aquel sueño.
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Toronto
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